domingo, junio 29, 2008

Orgullo, pero con menos colores

Lo confieso, estoy abrumada. Llevo más de una semana sin escribir porque no sé sobre qué hacerlo, pero no por crisis creativa, no, sino por todo lo contrario: hay tantos asuntos por ahí pupulando que no sé a cual quiero hincarle el diente. ¡Bendito Día del Orgullo Gay, que hace todo Dios -quizás incluso él- quiera hablar de nosotros!

Primero pensé en hablar sobre la lista esa que ha elaborado la revista Tiempo sobre los 20 gays más influyentes de España y, en la que por supuesto, apenas hay lesbianas. Sólo tres: la cantautora Inma Serrano, la actriz Carla Antonelli y la editora Mili Hernández. La culpa no es del redactor que hizo el reportaje, es nuestra, mejor dicho, "de las nuestras famosas", que no se animan a decir "aquí estoy yo y mi mujer". No hay manera, oye.

Ya lo decía ayer sábado Boti G. Rodrigo en la entrevista de última de El Mundo: "Hay alcaldesas que deben salir del armario". No sólo alcaldesas, me atrevo a añadir, también diputadas, directoras de televisiones, periodistas, atletas, jugadoras de baloncesto, bailaoras, actrices que deberían romper la puerta del armario a patadas.

Y cómo no pensar en hacer un post entero de esa Bibiana Aído -me niego a hacer más chistes fáciles con lo de "miembra"- posando cual Judy Garland como protagonista de El mago de Oz en la portada de Zero y flotando sobre el arco iris. El problema no es que flote sobre el arco iris, no, sino que me da a mí que también va flotando sobre la silla de su despacho ministerial. Lo confieso: habría preferido que esa portada de Zero fuera para una alcaldesa del PSOE, o ministra, o diputada o incluso consejera autonómica -que también las hay, ¿eh?- que le hubiera echado los ovarios que pedía ayer Boti G. Rodrigo. Todo llegará.

Pero al final, como soy una persona frívola y a la que le encantan las noticias anecdóticas y sin sustancia, me he decidido por escribir sobre la bandera del orgullo, que, por surrealista que parezca, ha perdido colores con los años. La culpa no es del detergente con el que se lava, sino que era complicado producirla de forma industrial -hacer negocio con ella, vamos- con los ocho colores con los que fue diseñada.

En la foto que encabeza el post se ve cómo ha cambiando: primero se le quitó el rosa, que representaba la sexualidad, y después el azul índigo, símbolo de la serenidad, y el turquesa, de la magia, se fundieron en un azul holandés por problemas en la fabricación. El colega que la diseñó está que echa chispas porque dice que ha perdido su esencia.

Espero que esta merma cromática no haga que la celebración del Orgullo esté descafeínada, porque es la primera vez que ésta que escribe se ha decidido a ir. Mi novia y yo cogeremos el avión el viernes para plantarnos en Madrid, ver alguna exposición de Photoespaña, pasárnoslos genial, bailar, beber cerveza y, sobre todo, desbarrar.

*Todas las que ya hayáis estado por Chueca en el Día del Orgullo, no seáis timoratas y compartid vuestas experiencias con estas dos pobres chicas de provincias. Aceptamos sugerencias sobre lugares en los que tomar las copas, sitios en los que comer o cualquier otra que se os ocurra.

martes, junio 17, 2008

Ahora estoy más tranquila


Pues sí. Por fin he podido alcanzar la paz y comprender el por qué de tantos sinsentidos que han sucedido a lo largo de mi vida, desde mi infancia, cuando era la única niña de mi clase que salía al recreo corriendo en desbandada con el balón debajo del brazo para echar un partido de fútbol, cuando me negaba en redondo a jugar a las casitas -a menos que hiciera de padre, claro- y cuando me mosqueaba porque el regalo de Reyes de ese año había sido una muñeca en lugar de la preceptiva pistola.

Aquellos eran indicios, ahora lo veo claro. Pistas que iban apuntando hacia un camino inequívoco y que, especialmente en la adolescencia, viví como una condena. Fue entonces cuando comenzó a preocuparme sentirme en aquellas extrañas ocasiones que me ponía una falda como Conan el Bárbaro o cuando se me iban los ojos detrás de las zapatillas de deportes en lugar de los zapatos con tacón por los que suspiraban mis amigas. En aquella época yo no tenía forrada la carpeta del instituto con las preceptivas fotos de Tom Cruise en Top Gun, no, tenía un fotón de Heike Dreschler saltando longitud. Durante esa temporada me molaba el tonteo con los niños, no, pero sí que me hubiera encantado hacerme amiga de aquella repetidora de la clase de BUP de al lado con la que unos años después coincidí en algún bar de ambiente.

Con la llegada a la universidad, acompañada del descubrimiento de que lo que me gustaban eran las tías, se intensificaron los síntomas: cuando comencé a conducir lo hacía extrañamente bien, sin problemas para aparcar y con un "sexto sentido" a la hora de orientarme en ciudades desconocidas. Y no, a los malpensados les diré que por aquel entonces no había GPS. Además, no me importaba beberme cuatro o cinco cervezas de una sentada a pesar de que engorda.

Al empezar a trabajar siempre primé más a la hora de vestirme la comodidad que la elegancia e intenté por todos los medios lograr mi primer contrato con la constancia, la seriedad en el curro y la perseverencia. Logrado el contrato jamás dudé de mis capacidades de progresar, eso sí, gracias al trabajo bien hecho, aunque ello acarrearra no tener tiempo para hacer lo que se supone que debemos hacer las mujeres: tener la casita ordenada, la panza de la pareja satisfecha y al menos un par de críos con los que entretener a los abuelos en su jubilación. No, en lugar de eso me he dedicado a ir al gimnasio, jugar al pádel, viajar cada vez que tengo ocasión, comprarme el coche que me apetece, irme de juega y de borrachera con mi novia siempre que puedo y escribir este blog catárquico mientras saboreo un gintonic.

Hasta ahora no entendía bien el por qué de estos 34 años de vida. Menos mal que Ivanka Savic y Per Lindström se han decidido a explicármelo: la culpa de todo la tienen mis conexiones nerviosas. Ahora estoy mucho más tranquila.




martes, junio 03, 2008

La primera vez que pisé un sitio de ambiente


Todas hemos tenido una primera vez. Todas hemos reunido en algún momento el valor suficiente para cruzar una puerta y entrar en un bar de ambiente. La mía fue con 20 añitos, de la mano de la que entonces era mi novia -y que a su vez también pisaba por primera vez un bar de ambiente- y en Londres. Supongo que una beca Erasmus es siempre una buena excusa para hacer cualquier cosa excepto estudiar. El lugar al que llegamos guiadas por no sé qué nombre en qué guía consultada de rondón en una librería -por aquel entonces (hablamos de 1994) no existía esto de internet y las únicas guías existentes eran de papel- se llamaba The ace of clubs, en Picadilly Street, un antro custodiado por una segurata negra carne de gimnasio que te cacheaba al entrar con bastante malos modos.

El club estaba en un callejón de Picadilly, para quien no lo sepa una de las calles más pijas de Londres. Sin embargo, aquel club no tenía nada de pijo. Era uno de esos garitos exclusivos para mujeres -después jamás he vuelto a entrar en uno, y eso que he estado en unos cuantos bares de ambiente-, en el que no dejaban pasar hombres y donde todas se tenían fichadas entre ellas y te miraban con cara "a éstas no las conozco de nada".

Para llegar a la discoteca había que bajar unas escaleras estrechas y, creo recordar, un poco sórdidas. Los sofás que servían de asiento eran rojos y estaban ya raídos por los muchos refregones que se había pegado allí la peña. Lo que más me llamó la atención es que a pesar de que había dos cuartos de baño, como es preceptivo en cualquier sitio, los dos eran de mujeres. ¡Toda una revolución! Y lo que más me impactó fue el amplio catálogo lésbico que se desplegaba ante mis ojos: había tías que yo hubiera jurado que eran tíos, tías superragladas con tacones y pintadísimas, tías maduras que iban a ligar sin ningún pudor, tías jóvenes con vaqueros y camisetas -no me acuerdo qué me puse, pero supongo que me incluyo en este grupo- que se dedicaban a bailar...

Mi novia de entonces y yo flipamos, vaya sí flipamos. Pudimos de una vez "salir del armario" en el que andábamos metidas y besuquearnos delante de toda la panda de inglesas que andaba por allí mirándonos sin pudor. Lo malo es que aquella noche, cuando salimos del The ace of clubs, volvimos a entrar en ese armario del que no salimos hasta que dejamos de estar juntas. ¡Paradojas del destino!

Por cierto, después he vuelto muchas veces a Londres, he pasado por el callejón del The ace of clubs pero nunca he tenido la tentación de comprobar si sigue ahí. Hoy, antes de escribir este post, sí que he mirado en internet y he encontrado una referencia donde no sé quién cuenta que la vieja guardia domina este club que lleva más de diez años abierto. Sin embargo, dudo que siga al pie del cañón, porque no he encontrado ninguna foto -de ahí que haya colgado una de Picadilly Street- ni ningún enlace. Quizás la próxima vez que vaya a Londres me asome a ese callejón de Picadilly para comprobar si aún sigue ahí y, en el caso de que aún continúe abierto, tal vez entre para constatar si es o no tal y como lo recuerdo y ajustar cuentas con mi memoria.

*Sería genial que me contarais vuestra "primera vez". Y si alguien hubiera estado en 'The ace of clubs', por favor, que me cuente si es o no como lo recuerdo.