martes, junio 17, 2008

Ahora estoy más tranquila


Pues sí. Por fin he podido alcanzar la paz y comprender el por qué de tantos sinsentidos que han sucedido a lo largo de mi vida, desde mi infancia, cuando era la única niña de mi clase que salía al recreo corriendo en desbandada con el balón debajo del brazo para echar un partido de fútbol, cuando me negaba en redondo a jugar a las casitas -a menos que hiciera de padre, claro- y cuando me mosqueaba porque el regalo de Reyes de ese año había sido una muñeca en lugar de la preceptiva pistola.

Aquellos eran indicios, ahora lo veo claro. Pistas que iban apuntando hacia un camino inequívoco y que, especialmente en la adolescencia, viví como una condena. Fue entonces cuando comenzó a preocuparme sentirme en aquellas extrañas ocasiones que me ponía una falda como Conan el Bárbaro o cuando se me iban los ojos detrás de las zapatillas de deportes en lugar de los zapatos con tacón por los que suspiraban mis amigas. En aquella época yo no tenía forrada la carpeta del instituto con las preceptivas fotos de Tom Cruise en Top Gun, no, tenía un fotón de Heike Dreschler saltando longitud. Durante esa temporada me molaba el tonteo con los niños, no, pero sí que me hubiera encantado hacerme amiga de aquella repetidora de la clase de BUP de al lado con la que unos años después coincidí en algún bar de ambiente.

Con la llegada a la universidad, acompañada del descubrimiento de que lo que me gustaban eran las tías, se intensificaron los síntomas: cuando comencé a conducir lo hacía extrañamente bien, sin problemas para aparcar y con un "sexto sentido" a la hora de orientarme en ciudades desconocidas. Y no, a los malpensados les diré que por aquel entonces no había GPS. Además, no me importaba beberme cuatro o cinco cervezas de una sentada a pesar de que engorda.

Al empezar a trabajar siempre primé más a la hora de vestirme la comodidad que la elegancia e intenté por todos los medios lograr mi primer contrato con la constancia, la seriedad en el curro y la perseverencia. Logrado el contrato jamás dudé de mis capacidades de progresar, eso sí, gracias al trabajo bien hecho, aunque ello acarrearra no tener tiempo para hacer lo que se supone que debemos hacer las mujeres: tener la casita ordenada, la panza de la pareja satisfecha y al menos un par de críos con los que entretener a los abuelos en su jubilación. No, en lugar de eso me he dedicado a ir al gimnasio, jugar al pádel, viajar cada vez que tengo ocasión, comprarme el coche que me apetece, irme de juega y de borrachera con mi novia siempre que puedo y escribir este blog catárquico mientras saboreo un gintonic.

Hasta ahora no entendía bien el por qué de estos 34 años de vida. Menos mal que Ivanka Savic y Per Lindström se han decidido a explicármelo: la culpa de todo la tienen mis conexiones nerviosas. Ahora estoy mucho más tranquila.




10 comentarios:

Mel Alcoholica dijo...

Oye, ¿estás segura de que no tienes las conexiones nerviosa de Homer Simpson? O las mías, aunque a mí me ponen más los tíos. ¿Será que soy un maricón con cuerpo de treintañera?

Viva toda la cerveza de una sentada!

ConchaOlid dijo...

Lo que nos faltaba... ¿para cuando las logotomías?

Mármara dijo...

Pues, mira, yo, tranquilina ya estaba (será porque soy una mujer mayor), pero eso de que tenemos el cerebro diferente me ha gustado. Ni mejor ni peor, diferente. Estupendo, oyes, que tanta homogeneidad parece que me da pelín de pereza. Ahora, ya, lo que pretendan hacer con esa información, es harina de otro costal, en el que no pienso entretenerme, de momento.

JD dijo...

Vya por dios habia escriito un comentario pero no se ha quedado por lo que veo. He descubierto tu blog de chiripa y me gusta mucho, me lo he leido de pe a pa jajaja. Me encanta este post porque es que yo de pequeña igual igual que tu podriamos contar la misma historia solo que yo llevaba la carpeta forrada de batisuta y era siempre la que llevaba el balon para jugar al futbol.
Un besote

Benjuí dijo...

Casi tal cual, con una diferencia: a mí me van los tíos.
Y sólo por ese pequeño detalle he tragado con el suplicio de los tacones, la falda cortita, el maquillaje, el matrimonio, el divorcio, el trabajar doble para conseguir lo mismo que cualquier compañero, las cremas antiedad, y el psicólogo para superar el trauma de ser inteligente, más inteligente que la mayoría de los maromos con los que me he ido topando a lo largo de mi vida.
O sea.

Leonor Cabrera dijo...

Yo también pasé por de la falda cortita, a instancias de mi madre y para las bodas, of course, aunque una vez me convenció para que me pusiera una horrible... ¡Para ir a un concierto de Radio Futura! Y por cierto, me alegro que te mole el blog jd. Gracias.

Unknown dijo...

Por qué contar con ciertas habilidades tiene que ser cosa de tíos o de tías? No sé, yo tengo mal sentido de la orientación, no me molesto en la apariencia, no conduzco especialmente bien y en una competición de cerveza no tengo muchos rivales a mi altura... y no me siento ni más hombre ni más mujer por ello, y aunque sean estereotipos no le encuentro la relación... un saludín

Anónimo dijo...

Chicas, sigo la ironía, pero no entiendo si perpetuamos o rompemos los tipismos. Nunca he jugado al fútbol, ni me interesa; me gusta conducir, y lo hago bien; no hago la declaración de la renta, y soy de letras; me da miedo el descenso de barrancos, y prefiero leer un libro en un chiringo de playa mientras se pone el sol; y me gusta ejercer de Mary y rellenar taperwares con puchero y sus variantes...¿soy por eso menos lesbiana? ¿somos iguales o diferentes? ... Por cierto, Lowana, me encanta tu punto de vista de la vida. Te sigo leyendo.

Leonor Cabrera dijo...

Gracias, Anónimo. Me alegra que te guste mi punto de vista. Por cierto, seguro que esos taper están magníficos.

errante dijo...

yo suscribo todo lo dicho por mármara, para abreviar