Mi intención al comenzar este blog era, inspirándome en historias de la serie, contar historias relacionadas conmigo o con gente que conozco. Hasta ahora, así lo he hecho, pero un cretino ha logrado que deje a un lado el espíritu con el que nació esta web para narrar lo inenarrable. Vamos, que a ninguno de los guionistas The L Word se le hubiera ocurrido en la vida inventar un personaje tan estúpido como el que tuve el disgusto de conocer el otro día.
Todo sucedió en una comida de trabajo. Sí, además de escribir este blog tengo una vida paralela seria que me hace tener comidas de trabajo de vez en cuando en las que he de mostrarme educada, cabal y, en más ocasiones de las deseadas, carente de ironía.
En una de esas es donde conocí este personajillo, todo sonrisa y director de ventas de no sé donde que ya había comenzado en los aperitivos intentando hacerse el gracioso. Sin embargo, la conversación derivó de manera inevitable hacia la paridad en el nuevo Gobierno de Zapatero. Él insistía en que no hacía falta que hubiera más ministras que ministros porque las mujeres ya mandamos. De hecho, aseguraba, en su casa la que manda realmente es su mujer -lo que por supuesto no discuto, porque con semejante zoquete-.
En la mesa éramos tres mujeres y siete hombres. La mayoría de estos últimos le daban la razón, por supuesto. ¿Para qué queremos que haya paridad, si ya somos nosotras las que llevamos los pantalones?, argumentaban. Yo, como podía e intentando ser cabal, defendía mi postura, hasta que ese personajillo tocó lo intocable: sí, se mofó de que Carme Chacón fuera la nueva ministra de Defensa. Yo, que llegaba calentita por un articulazo de Lucía Méndez que me había leído ese día por la mañana en El Mundo, no me pude callar y le solté la primera fresca del día. Algo así que como seguro que su mujer no había estado impedida para fregar los platos cuando estaba embarazada y que igual sí que le habían pedido ascender en su empresa por eso...
Entonces ese gran personaje reculó un poco y dijo algo referente a "los de enmedio", a cómo están ahora, según él, premiándolos, después de lo que soltó una sonora carcajada.
- ¿A qué te refieres con los de en medio?-le pregunté yo-.
-Sí, los de en medio. Eso que está ahora tan de moda -me contestó-.
- No te entiendo -le contesté ya con cierto tono chulesco y ante la mirada aterrada de algunos compañeros de mesa que ya veían venir el cataclismo-.
- Sí, mujer. Los gays y las lesbianas, que ahora a todo el mundo le ha dado por ser de eso.
No pude evitarlo. Me agarré a la mesa, eché el cuerpo para adelante y con toda la calma de la que fui capaz le dije:
- Pues la verdad es que ni a mi novia ni a mí nos ha influido nunca en el trabajo, ni de forma positiva ni negativa, ser lesbianas.
Una risita nerviosa afloró de sus labios, desistió de seguir debatiendo sobre el asunto y cambió de conversación. El único inconveniente fue que esta escena se produjo en el primer plato y tuve que aguantarlo a escasos dos metros durante el segundo plato, un tercero que pusieron, el antepostre y el postre. Fui incapaz de aguantar hasta el café.
Todo sucedió en una comida de trabajo. Sí, además de escribir este blog tengo una vida paralela seria que me hace tener comidas de trabajo de vez en cuando en las que he de mostrarme educada, cabal y, en más ocasiones de las deseadas, carente de ironía.
En una de esas es donde conocí este personajillo, todo sonrisa y director de ventas de no sé donde que ya había comenzado en los aperitivos intentando hacerse el gracioso. Sin embargo, la conversación derivó de manera inevitable hacia la paridad en el nuevo Gobierno de Zapatero. Él insistía en que no hacía falta que hubiera más ministras que ministros porque las mujeres ya mandamos. De hecho, aseguraba, en su casa la que manda realmente es su mujer -lo que por supuesto no discuto, porque con semejante zoquete-.
En la mesa éramos tres mujeres y siete hombres. La mayoría de estos últimos le daban la razón, por supuesto. ¿Para qué queremos que haya paridad, si ya somos nosotras las que llevamos los pantalones?, argumentaban. Yo, como podía e intentando ser cabal, defendía mi postura, hasta que ese personajillo tocó lo intocable: sí, se mofó de que Carme Chacón fuera la nueva ministra de Defensa. Yo, que llegaba calentita por un articulazo de Lucía Méndez que me había leído ese día por la mañana en El Mundo, no me pude callar y le solté la primera fresca del día. Algo así que como seguro que su mujer no había estado impedida para fregar los platos cuando estaba embarazada y que igual sí que le habían pedido ascender en su empresa por eso...
Entonces ese gran personaje reculó un poco y dijo algo referente a "los de enmedio", a cómo están ahora, según él, premiándolos, después de lo que soltó una sonora carcajada.
- ¿A qué te refieres con los de en medio?-le pregunté yo-.
-Sí, los de en medio. Eso que está ahora tan de moda -me contestó-.
- No te entiendo -le contesté ya con cierto tono chulesco y ante la mirada aterrada de algunos compañeros de mesa que ya veían venir el cataclismo-.
- Sí, mujer. Los gays y las lesbianas, que ahora a todo el mundo le ha dado por ser de eso.
No pude evitarlo. Me agarré a la mesa, eché el cuerpo para adelante y con toda la calma de la que fui capaz le dije:
- Pues la verdad es que ni a mi novia ni a mí nos ha influido nunca en el trabajo, ni de forma positiva ni negativa, ser lesbianas.
Una risita nerviosa afloró de sus labios, desistió de seguir debatiendo sobre el asunto y cambió de conversación. El único inconveniente fue que esta escena se produjo en el primer plato y tuve que aguantarlo a escasos dos metros durante el segundo plato, un tercero que pusieron, el antepostre y el postre. Fui incapaz de aguantar hasta el café.